La Causa

Voy a morir y ella también morirá. He pasado toda la tarde pensando en cómo decirle, cómo explicarle. La escena ya me es familiar de tanto que la he imaginado; yo entrando a la casa, ella esperándome tal vez en la cocina o en el comedor, tejiendo algo que yo deberé valorar como bello. El doctor me lo dijo hoy en la mañana, quizá ella se sintió un tanto perturbada el día de ayer al verme salir rumbo a la oficina con tanto tiempo de anticipación, pero yo no podía continuar con la incertidumbre, con este dolor en el pecho y el aroma de la muerte impregnado en mi piel, o al menos hasta ayer, la idea de tener el aroma de la muerte sobre mi piel. Tal vez el realizarme los estudios sea lo único bueno que hecho en mi vida, al menos en estos últimos años en los que la he descuidado tanto. Lo que me dijeron en la mañana me sorprendió, pero ahora creo que la reacción sorpresiva de mi parte fue un hecho mecánico, falso, inventado por mi cerebro para que el doctor frente a mi cumpliera con el protocolo obligado cada vez que entrega una noticia como la que me dio hoy. Nadie lo sabe. He pensado en pedir una segunda opinión pero ¿para qué? Si el doctor fue sumamente explícito: Usted es portador del VIH, una frase tan certera como decir: usted va a morir o, peor aún, le queda vida física pero lo que le estoy diciendo es como si le dijera que usted ya está muerto. Sigo pensando en todas las cosas que pudieron provocarlo: la mujer de la oficina, las prostitutas de la fiesta de soltero de Jorge, Jorge mismo. Tantos años de descuidos, de entregas falsas e impulsivas, escapes repentinos; como un perro en celo que anda por la calle mirando colas y a la pronta erección monta a la primer perra que se le atraviese, sin pensar en nadie, ni en él mismo. ¿Qué culpa tiene mi esposa? La única culpa que tiene es la de haberse casado con un idiota que la asesinaría, nunca lo imaginó al momento de firmar el acta, o en la maldita iglesia cuando pronunció ese simple monosílabo, ¿cómo pensar que era su sentencia final?,¿el candado que cerraría el camino de su vida?, todo por mi culpa, por mi culpa. ¿Qué decirle, cómo decírselo? A veces la frase: tengo sida, me suena tan estúpida e increíble que sólo el hecho de pensarla hace que me avergüence. ¿cómo responderá ella?. ¿Me dirá muy tranquila, con el gesto sereno como el que acostumbraba poner cuando éramos jóvenes: Tranquilo mi vida, de alguna forma se resolverá?. ¿Acaso me dirá eso?, ¿cómo se resuelve una muerte pronta?, ¿un homicidio?. En su lápida quedará escrita la fecha de su muerte, pero en mi espíritu quedará tatuada la causa. Ni el arrepentimiento, ni las lágrimas, ni nada podrán borrarme ni una letra de la palabra: Asesino. ¿Por qué le hice esto?, ¿por qué?. Bien sé que el arrepentimiento llega una vez que se ha fallado, pero ¿por qué a ella?, ¿qué me hizo?. Es cierto que la relación se tornó fría, pero eso es normal, después de tanto tiempo todo el mundo dice que es normal. Sus cambios de humor tan repentinos, su fastidio ante lo que se presentara, su falta de interés en mí, su desdén crónico por las bromas que antes la hacían reír, el aislamiento del mundo social, la monotonía sexual, la falta de apetito por la pasión, mis miradas lujuriosas hacia otras mujeres de la calle, su falta de interés por mi vida, la ausencia de interés por verse bien para mi, la fatiga del cuerpo, el peso de sostener la misma mano durante veinticinco años, todo. ¿Qué ser humano es capaz de resistir tal forma de vida?. Sólo aquellos que se han acostumbrado a la monotonía, a la mediocridad; sólo ellos. Los últimos años que hemos tenido sexo, fueron como si lo hiciéramos a la distancia, como si nada más fuera por cubrir un requisito de algo para que siguiera siendo normal. Antes, cuando éramos novios, solíamos abrazarnos después del sexo, yo encendía un cigarrillo y ella gustaba de robarme fumadas mientras permanecía recostada sobre mi pecho, ¿y ahora?. Yo la monto, sin previo aviso, a veces sé que necesita de sexo cuando empiezo a sentir su mano moverse debajo de las sábanas, es ahí cuando yo sé que me necesita, que tengo una labor por cumplir como hombre, pero al final nunca pasa nada. Ella termina cansándose y yo termino escupiendo como quien arroja un chicle en la calle; después ella se duerme y yo me largo a fumar sólo o viceversa. Ya no hay palabras de amor, ni elogios pícaros por el buen desempeño, ya no hay nada, sólo una fórmula física: Acción, reacción y punto… ¿por qué hasta ahora me arrepiento de haberla negado? ¿por qué siempre los amantes son tan hipócritas? ¿acaso es una parte fundamental del juego cuando el enamoramiento agoniza y se escurre con lentitud por algún desagüe? Me arrepiento de haberla llamado bruja, frígida y anciana. A veces las tres ofensas en una misma frase. ¿Por qué en lugar de echarle la culpa de todo no fui capaz de ver lo que yo estaba haciendo mal?. ¿por qué en lugar de respetarla la convertí en el objeto de todas las bromas cuando teníamos visitas? ¿por intentar sentirme un domador, un rey, cuando lo único que lograba ser era un bufón?. Todavía recuerdo las primeras noches que pasamos cuando llegamos a esta casa, cuando el intento de tener hijos se convertía en una forma de manifestar el erotismo, el objetivo eran los hijos sí, pero lo primordial éramos nosotros. Yo solía llegar de la oficina por la tarde, casi entrada la noche y ella me esperaba con una cena digna de un mandatario, o en otras ocasiones cuando llegaba a casa y veía la mesa vacía, sabía que ella estaba escondida en algún lugar de la casa; arreglada, semidesnuda o vestida para impactarme. Como añoro esas noches de largas pláticas bajo las sábanas y esas caricias escurridizas, espontáneas, que sólo manifestaban el deseo y el amor mutuo. Vaya, cómo las extraño, las añoro en verdad. Pocos meses antes de que nuestra separación existencial iniciara, yo solía hacerle el amor recordando la firmeza de sus pechos, la textura de su piel. Eso me excitaba, saber que a pesar de los años seguíamos siendo esa pareja que no le importaba el paso del tiempo, sino que a pesar de él, seguíamos glorificando la bendición de nuestra unión eterna; pero después, dejé de imaginarla joven, casi siempre que hacíamos el amor le pedía que dejara la televisión encendida, para fantasear con las mujeres que aparecían en la pantalla, en algún programa o en algún comercial, solía desnudarlas con la imaginación, me gustaba cambiarle el rostro a mi esposa; inclusive llegué a fantasear pensando que ella era mi amante, otra mujer y que si ella llegaba a conocer la verdadera historia se enfurecería y daría por terminado nuestro matrimonio. Esas fueron mis primeras traiciones, un tanto inocentes pero traiciones al fin. Posteriormente dejé de engañarla con la imaginación, la primera fue una prostituta, después la mujer de la oficina a la que le prometí casarme con ella y abandonar a mi mujer, después fueron más prostitutas o bailarinas exóticas como les dice Jorge, o Jorge. Dejé de amarla y por ende, ella me dejó de amar. No pude decírselo cuando entré a casa. Ahora, está recostada a mi lado, ausente como siempre, perdida en sus pensamientos, en otro mundo, otra realidad. Pienso que sería muy hipócrita acariciarla y abrazarla para después decirle la verdad. Creo que no hay otra opción, debo ser lo más sutil ya que pronto vendrá la tempestad. Nunca antes la sentí tan lejana, es más, siento que de alguna forma percibe la próxima noticia que le daré. No ha dejado de moverse desde que nos recostamos. Estoy preparado para enfrentar las consecuencias, quizá la única pregunta a la que temo responder, es decirle con quién me contagié, ya que ni yo lo sé. No sé si el hecho que le diga que fue con una prostituta la haga sentir mejor, aunque esa sea mi mejor teoría. Es el momento, ya no puedo dar marcha atrás. Debo decirlo. Siento la piel fría, los vellos enchinados, la garganta seca; es el momento. ¿Cómo decirle, cómo iniciar la notificación de un asesinato cuando todavía está viva?, ¿cómo decirlo?. No entiendo. No entiendo. No he dicho nada y ha comenzado a llorar. Me pide que la abrace. No entiendo. ¿Qué decir?. ¿es el momento?. No entiendo qué le ocurre, nunca la vi tan perturbada si yo la he contagiado, yo la he puesto en esta situación y aún no sabe nada. No se lo he dicho. No entiendo. ¿Qué ocurre?, ¿por qué menciona a Jorge?, ¿por qué quiere pedirme una disculpa?.

3 respuestas to “La Causa”

  1. ivan el tucan Says:

    AMIGO TE JURO QUE ME ENCANTO ESTE CUENTO LA HISTORIA TE VA LLEVANDO MUY CABRON FELICIDADES NO DEJES DE ESCRIBIR.

  2. Priscilla Says:

    Guau! en mi humilde opinión un cierre exquisito, tres personajes que se relacionan de principioa fin, no dejas un cabo suelto. Es la primera vez que en alguno de tus cuentos no tomo en cuenta la historia «que cuentas» sino la escritura del mismo, tal como en El Otoño del Patriarca.

  3. edgarator Says:

    Maldita sea, el degenere de la especie, el degenere del pensamiento, el degenere del alma que busca a partir de su frustración no aceptar sus realidades. Como cambian las cosas con el tiempo, yo le hubiera puesto de título «guía de lo que me daría pavor ser»… está excelente, no te esperas nunca que sea así el final… nchs viejas! jijiji

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